miércoles, 17 de marzo de 2010

Llegó para quedarse...


Llegó. Se presentó sin avisar, pasando desapercibida, como quien no quiere molestar ni hacerse notar. Lo cierto es que le fue imposible. Su rostro reflejaba algo especial, una mezcla de alegría y dulzura, una sonrisa tímida pero a la vez extrovertida, una mirada penetrante pero recatada. Sin duda el rostro representaba a su persona. Esa mirada, esa sonrisa, habían dejado huella en cada una de las personas que la habían conocido. Todas sabían que no se trataba de alguien normal, que ella era alguien diferente.

Parece que alguien la hubiera puesto a conciencia en ese lugar, en ese momento, el momento en el que empezó a cambiar radicalmente mi vida, el momento en que la conocí. Desde aquel instante algo dentro de mi sabía que nada iba a ser lo mismo, que la oscura senda por la que caminaba desde hacía algun tiempo iba a ser iluminada poco a poco, para que el camino se hiciera infinitamente más fácil. Me contagió una enfermedad, la más hermosa de todas, la que te hace tocar el cielo con los dedos aún teniendo los pies en el suelo. Una enfermedad que no tiene cura y de la que no quiero curarme.

Y es que si existieran los milagros, ella sería el mayor de ellos.